Iba caminando por las calles
cercanas de donde estudiaba, repasando mentalmente el recorrido anatómico de
cierta vena. Las calles estaban iluminadas por la luz naranja de los postes que
también iluminaban las finas gotas de lluvia que caían cerca de ese resplandor.
Olía a tierra húmeda y a cemento mojado, olor que evocaba los recuerdos de la
infancia de nuestro personaje. Se dirigía hacia la calle principal de la ciudad
donde pasaba el bus que lo llevaba a destino.
Era difícil intentar memorizar
lo que se había leído hace un rato, pero había que hacerlo, ya que la prueba
era pronto. Miraba hacia el suelo al caminar, para que no se le escaparan los
nombres aprendidos, y para no distraerse con nada ni nadie. Estaba llegando
casi a la esquina, y visualizó el supermercado de la ciudad…¡¡¡PAW!!!
Un estruendo único y
aterrorizante desconcentró al memorizador de venas, y sintió miedo cuando en el
instante siguiente, las miradas de las personas se dirigían a un punto ubicado
detrás de él. Como siempre prefería pasar desapercibido, intentó que la gente
no notara su presencia, y sin pensar en qué o quién había causado el estruendo,
se metió dentro del supermercado. Las personas que compraban en el
supermercado, también parecían haber oído el ruido y miraban con atención por
los ventanales, él también quiso mirar, pero pensó que era mejor concentrarse
en olvidar el susto. El corazón todavía le saltaba.
Como ya estaba allí, pensó que podría
comprar las cosas que siempre faltaban en su casa. Se dirigió hacia el pasillo
de los lácteos, luego al del pan y por fin al de las frutas. Hizo aquel
trámite, de manera muy rápida, no tuvo que pedir permiso, no tuvo que esperar
un turno, y el hombre que pesaba las manzanas apenas le habló. Se dirigió,
hacia la fila de la cajera, donde lo esperaba una serpiente de personas que
abarcaba la totalidad del pasillo correspondiente. Se sentía raro, quizás por
el susto que había sufrido antes de entrar, así que para evitar el nerviosismo
estúpido, continuó repasando los nombres. La hilera de personas seguía
aumentando ¿sería la única caja funcionando? Detrás suyo una mujer cargaba un
pastel de aquellos con cubierta plástica, sobre la cual habían unas bolsas de
jugo en polvo; la mujer buscó algo en su cartera, y con el descuido cayeron al
suelo las bolsas de jugo. Iba intentar ayudarla, pero la mujer pidió a la
jovencita que estaba delante de él que se las recogiera. Otra vez se sintió
idiota, ¿por qué no se lo había pedido a él?, quizás qué cara llevaba, o quizás
qué cara ponía cuando memorizaba algo.
Los minutos seguían pasando. No
había forma de que la fila avanzara, y se hacía cada vez más tarde. Se estaba
impacientando, y ya no podía poner atención a qué nombres tenía que memorizar.
Se dio por vencido y dejó las cosas en la estantería que tenía al lado, y se
fue. Salió de nuevo, al aire helado de la noche y a recibir las pequeñas gotas
de tamaño insignificante, pero que amenazaban con una lluvia feroz en las
próximas horas.
Cuando llegó al semáforo, los
vehículos pasaban a gran velocidad. Desde ese punto pudo ver que a mitad de
calle se encontraba Mariana, la compañera de Universidad del muchacho, y se alegró
de tener una cara familiar a la cual saludar. El semáforo pasó a verde, y se
apresuró a caminar para saludar a su amiga. Estuvo a punto de emitir el sonido
para decirle “Hola” pero la muchacha estaba hablando por teléfono y no se fijó
de su presencia.
Un poco apesadumbrado, continuó
con su camino por la calle que llevaba hacia el centro de la ciudad. Era mucho
más fácil tomar una locomoción en esa zona, y permitía que fuera más fácil el
repaso mental de los contenidos vistos en clases. En el avance del camino, vio
a lo lejos y en la vereda de en frente, unos seres conocidos: eran unos
compañeros de la secundaria. Un par de novios melosos, de los que no se
despegan nunca, excepto para cumplir con las necesidades básicas. Se sorprendió
de que todavía siguieran juntos, a pesar de los años, y no sintió en absoluto ganas
de saludarlos. Pero éstos, ni siquiera lo vieron, y no hubo necesidad de
hacerlo.
El aire de la ciudad estaba
impregnado de aquel olor emanado por las chimeneas. La ciudad iba empeorando el
olor día tras día, quizás en la misma intensidad en que iba aumentando el frío.
Habían sido muchas desconcentraciones como para seguir revisando nombres del
cuerpo en la mente. Tomó unos enredados audífonos del bolsillo del pantalón y
se dispuso a desenredarlos para encontrarse de sopetón con la potente música que
gustaba de escuchar. La onda mecánica del sonido no sólo fue percibida por sus
oídos porque en el momento en que encendió los audífonos sintió un piquete en
la zona central de la espalda. Una extraña molestia que no había sentido nunca
antes. Estiró los brazos y contrajo los músculos de la espalda para que al
relajar el dolor desapareciera. Y así fue.
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