lunes, 23 de julio de 2012

El puente

     El despertar fue muy sencillo, gracias al buen dormir y al acostarse temprano. El reloj digital del celular, comenzó a marcar los segundos y minutos que tendría disponible para arreglarse. Tiempo suficiente. Desayuno.
    Tras cruzar el umbral de la puerta y la apertura negra del cerco de hierro, dispuso sus dedos al desafío de desenredar los audífonos, mientras caminaba las cuadras necesarias. Música diferente y variada sin descuidar los ruidos propios de una calle que pudieran atropellarle.
     Los ríos se convierten en un problema difícil de resolver. En nuestra región, el principal río recibe las descargas de aguas servidas de gran parte de los asentamientos urbanos de la zona, dándole a éste el carácter de no apto para actividades con contacto directo y para el riego de verduras...
     Recordando sin razón alguna, el reportaje del noticiero de la noche anterior, detuvo el curso de un microbús, el que frenó lenta y precisamente frente a su presencia. Volvía a marcar el tiempo, un reloj diferente, ubicado junto a la caja de monedas. Sentarse. La música continúa. La mañana estaba bastante oscura, un frío viento le helaba las mejillas, ocultas tras una bufanda. Por la ventana, veía pasar el mismo paisaje que veía siempre al hacer el mismo recorrido a diario, pero su atención se quedaba mucho más en la ventana misma, en el vidrio, donde había una marca hecha con algo parecido a un cuchillo. Su vista había escogido aquel punto, no para observarlo, sino que para recordar los acontecimientos pasados.
     ¡Te dije que tenías que hacerlo a tiempo, ahora tendré que hacerlo yo!...Pero hice lo que pude...Sí claro, no eres capaz de hacer nada sin que estén encima tuyo...Puedo hacerlo ahora...Olvídalo, no se puede confiar en tí.
    La música que salía por los audífonos indujo un impulso de llanto. Pero no era preciso preocuparse de ello todavía. El microbús se seguía llenando mientras avanzaba y el pasillo estaba comenzando a utilizarse. A su lado, una mujer envuelta en lanas se acomodó con un niño de alrededor siete años, parado junto a ella. Hablaba a su hijo acerca de la importancia de abrigarse bien en las mañanas e intentaba apretar aun más las amarras de la bufanda del niño.
    El microbús siguió su curso habitual, haciendo balancear las personas que iban en el pasillo.
    -¿Qué hora son?
    Miró hacia la señora envuelta, y captó que era quien debía responder a la pregunta.
    -Las siete veinte.
    -Que hace frío.-dijo la mujer, haciendo tiritar la voz a propósito.
    -Sí...
    -Ojalá no lleguemos atrasaos.- No parecía decirle al niño. No tenía claro como es que debía responder a un extraño cuando este le hablaba. Se sentía una persona incapaz de comenzar una conversación con alguien que no conocía y esa mujer le estaba platicando.
   -No creo...
   El microbús iba lleno desde la cabina del conductor hasta la escalerita de la puerta trasera. Las personas del pasillo iban lo más apegado que sus barrigas les permitían a lo asientos y a la misma gente que iba sentada.