miércoles, 19 de diciembre de 2012

Nada


Se presentan ante mí un sinnúmero de cosas. Unas corridas de autos, dejan en su viento sentimiento y el pasar de trenes un montón de recuerdos. Son tantas cosas las que pasan por mi mente. Es como cuando pones en un mezclador los colores que crees que te darán el tono que buscas, pero no logras dar con el apropiado. Es como pretender poner nombre a alguna cosa que sientes, pero no eres capaz de encontrar en tu vocabulario el término apropiado.
Siempre que me siento triste vienen a mi mente un cuádruple de ojos, dos claros, dos oscuros. No entiendo por qué recordarlos, como si me debieran algo, o como si recordarlos, me obligara a culparlos de algo. Pero supongo que es más fácil personificar en alguien, que buscar esa palabra que falta o preparar el tono de acrílico indicado.
En cierta forma, me creía inmune. Inmune e intraspasable para sentir ciertas cosas, pero se da la oportunidad que me siento víctima del fracaso, y no sólo de él, sino que también de la incapacidad de reponerme. Cuando escuché la palabra resiliencia, pensé que su significado era algo que se ajustaba a mí, pero en la medida en que no puedo hacerla mía. Fue como cuando faltaba llenar un espacio en el mosaico, y encontré una pieza que calzaba perfectamente, como si la forma a llenar hubiera sido hecha apropósito para ocupar tal tesela; pero ésta calzaba con el color de la cerámica tocando el muro, y no hacia el lado que era vista por el observador. Definitivamente, no me sobrepongo a la adversidad, y es como hincarse una púa en el pie, el reconocerlo.
Las personas transitan en su vida diaria, comen, trabajan y duermen. Pero no sé si la mayoría suele reflexionar sobre las cosas que sustentan su vida. En el día de hoy, vengo a pensar que muchas de las cosas que siento y pienso, y más aún recuerdo, son un momento cúlmine de algo.
A ratos viene la desesperación, a ratos viene a mí, un sentir profundo de amargura, como si hubiera oído la noticia más triste. Miro hacia atrás y recuerdo esas horribles tardes, en que el sol se iba poniendo y mi mente suplicaba, perderse, para no pensar en lo indebido. O más atrás, en aquellos momentos en que unas manos azotaban el colgador con ropa que estaba en la pieza.
Mi mente busca un culpable, un responsable de lo que ocurre hoy en día. Alguien que pueda dar cuenta de los daños ocasionados. Que venga y repare cada cosa que echó a perder. No puede ser que ciertas ataduras no se rompan y hayan pasado ya casi 10 años.
Me siento decaído, como si ya no quisiera luchar, pero sé que la guerra todavía no empieza. Me siento débil como si nadie pudiera en ningún momento infundirme aliento. Me veo a mí mismo cabizbajo porque no soy capaz de reponerme ni verme luchando en el futuro. El mundo avanza y los niños crecen, pero mi mente sigue atascada en una parte del pasado, pasando de un color a otro y sin entender cosas elementales.
He aquí un sollozo, he aquí alguien que no entiende, y he aquí alguien que no quiere levantarse.

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