Se presentan ante mí un
sinnúmero de cosas. Unas corridas de autos, dejan en su viento sentimiento y el
pasar de trenes un montón de recuerdos. Son tantas cosas las que pasan por mi
mente. Es como cuando pones en un mezclador los colores que crees que te darán
el tono que buscas, pero no logras dar con el apropiado. Es como pretender
poner nombre a alguna cosa que sientes, pero no eres capaz de encontrar en tu
vocabulario el término apropiado.
Siempre que me siento triste
vienen a mi mente un cuádruple de ojos, dos claros, dos oscuros. No entiendo
por qué recordarlos, como si me debieran algo, o como si recordarlos, me
obligara a culparlos de algo. Pero supongo que es más fácil personificar en alguien,
que buscar esa palabra que falta o preparar el tono de acrílico indicado.
En cierta forma, me creía
inmune. Inmune e intraspasable para sentir ciertas cosas, pero se da la
oportunidad que me siento víctima del fracaso, y no sólo de él, sino que también
de la incapacidad de reponerme. Cuando escuché la palabra resiliencia, pensé
que su significado era algo que se ajustaba a mí, pero en la medida en que no
puedo hacerla mía. Fue como cuando faltaba llenar un espacio en el mosaico, y
encontré una pieza que calzaba perfectamente, como si la forma a llenar hubiera
sido hecha apropósito para ocupar tal tesela; pero ésta calzaba con el color de
la cerámica tocando el muro, y no hacia el lado que era vista por el
observador. Definitivamente, no me sobrepongo a la adversidad, y es como
hincarse una púa en el pie, el reconocerlo.
Las personas transitan en su
vida diaria, comen, trabajan y duermen. Pero no sé si la mayoría suele
reflexionar sobre las cosas que sustentan su vida. En el día de hoy, vengo a
pensar que muchas de las cosas que siento y pienso, y más aún recuerdo, son un
momento cúlmine de algo.
A ratos viene la desesperación,
a ratos viene a mí, un sentir profundo de amargura, como si hubiera oído la
noticia más triste. Miro hacia atrás y recuerdo esas horribles tardes, en que
el sol se iba poniendo y mi mente suplicaba, perderse, para no pensar en lo
indebido. O más atrás, en aquellos momentos en que unas manos azotaban el
colgador con ropa que estaba en la pieza.
Mi mente busca un culpable, un
responsable de lo que ocurre hoy en día. Alguien que pueda dar cuenta de los
daños ocasionados. Que venga y repare cada cosa que echó a perder. No puede ser
que ciertas ataduras no se rompan y hayan pasado ya casi 10 años.
Me siento decaído, como si ya no
quisiera luchar, pero sé que la guerra todavía no empieza. Me siento débil como
si nadie pudiera en ningún momento infundirme aliento. Me veo a mí mismo
cabizbajo porque no soy capaz de reponerme ni verme luchando en el futuro. El
mundo avanza y los niños crecen, pero mi mente sigue atascada en una parte del
pasado, pasando de un color a otro y sin entender cosas elementales.
He aquí un sollozo, he aquí
alguien que no entiende, y he aquí alguien que no quiere levantarse.
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